jueves, 20 de agosto de 2015

Querida realidad:

Todo cambia. Todo avanza. Todo evoluciona. Todo se transforma. Todo se escapa de los dedos, como un puñado de pequeños granos de arena. Pero al fin y al cabo, todo se tiene que acabar para que todo un conjunto de cosas nuevas comience, y por eso estoy escribiendo esta noche, pues nunca creí en las historias de amor, ya que parecían hechas por y para la ficción. Pero ya ves. Todo cambia, todo evoluciona. 
Fue casi como un amor a primera vista. No sabría decir qué fue lo que ocurrió. Pero incluso sin ser consciente de ello, desde el primer momento había algo especial. Me viene a la mente una escena de Amélie, donde ésta busca en su niñez, iluminando con un espejo, a un amigo con el que jugar. Nino, a varios kilómetros de ella, hace lo mismo. No dejo de pensar que hemos sido dos personas que nos buscábamos sin saber que existíamos. Quizás esté mezclando cosas, pero mis pensamientos divergen por distintas variantes y todo está cohesionado, puede ser que no de la manera más racional, pero al fin y al cabo, los pensamientos, los razonamientos, no son más que una tela de araña tejida por nuestras inseguridades, por nuestro posicionamiento frente al bien y al mal, son todo un entresijo de posibilidades y de caminos insospechados, y no toda esa tela de araña tiene que ser hexagonal. No es cuestión de un plano, nuestros sentimientos y pensamientos van más allá... son dimensiones. Son estructuras complicadas, y es por ello que nunca dejamos a nadie adentrase en esa enrevesada tela, por miedo a que tomen esos frágiles hilos y nos destrocen cada ápice de claridad, cada retazo de estabilidad. 
Pero él entró. 
Y quizás fuera eso lo que me asustaba. Que él ya estaba dentro y no podía escapar de allí. A pesar de que yo no lo supiera, silenciosa y lentamente, me abría paso ante su dimensión. Comenzamos a bailar entre hilos, y sin afán de dañar, creamos pequeñas telas. Entrelazamos esas finas fibras dejando invisibles rastros de nuestra presencia. No pude evitar derrumbarme cuando pensaba que no estaba ahí... pues estaba perdida.
Como en un reloj de arena cuando cae el último grano, el tiempo se acabó, y al darle la vuelta a éste para que volviera a empezar... todo cambió, todo se transformó, todo se vio claro. Porque la verdad fue como una luz que desveló todos los secretos, que nos dejó observar cómo habíamos habitado cada uno en la dimensión del otro pero de manera inconsciente. Ese dejar de ver las sombras y descubrir la realidad como si de la caverna de Platón se tratase, era maravilloso, aunque a riesgo de sentirnos limitados, tan solo nos sentimos con ansia de conocer más con la ayuda de las luces que lo habían alumbrado todo.
No fue tan fácil como creíamos, pues de la misma manera que nuestras "telas" estaban conectadas, otras también estaban entrelazas con las nuestras, y como es bien sabido, cuando quitas el soporte de uno de los hilos, esa tela de araña se rompe, desembocando en una perspectiva de dolor y sufrimiento que un corazón dulce siempre desea impedir.
Hay veces en las que arriesgar para evolucionar conlleva el dañar a otros... pero ahogarse dentro de un reloj de arena donde los granos no paran de caer encima de ti, sin posibilidad de cambio alguno, es una elección que nadie debería tomar.
Todo cambia, todo evoluciona. Te escapas de los dedos, realidad. Pero en ese escapar, creas las casualidades más mágicas y complejas que las que pueden haber en las telas de araña tejidas por mis pensamientos.


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